miércoles, 21 de abril de 2010

La velocidad del tiempo

Un minuto puede ser un soplo de nadas o un ciclón de todos. Lo que conocemos como "nuestra edad" es el resumen de aquello que vamos depositando sobre nuestro tiempo vital, ese que iniciamos con un grito y se nos va con un silencio.
Hoy, el tiempo que nos toca vivir, poco o nada tiene que ver con el de otras épocas, porque está marcado por un hecho definitivamente nuevo: la velocidad de nuestro tiempo. Confundimos la urgencia con la vida. Para permanecer e incluso ser, otros decidieron que había que correr empleando el código "tiempo veloz". Nos trataron de moldear entre flashes de modas efímeras, hormigones de hipotecas y estímulos de imitaciones sin raices ni ambiciones. Y sin tomar conciencia, nos subieron a una plataforma de histerias, con taxímetros de tarifas desquiciadas, para tratar de llegar antes a la nada.
Después de tanto vivir, una descubre que tras esas esquinas, jaleadas de ida estúpida, existe otro tiempo; otra forma de entender la vida. Es el tiempo tranquilo, el del silencio, que valora el ser por encima del tener. Aquel que no acepta peajes por ostentaciones estrelladas en miserias vacías. Aquel que sabe encontrar el prefecto e indiscutible punto personal. Este punto íntimo y placentero entre el coste de la decencia y el alquitranado rasante déficit de la indecencia.
Definitivamente, la vida es una cuestión de velocidad.

viernes, 16 de abril de 2010

Placeres

Será por eso que nadie quiere morirse, porque al final de la vida contemplar la salida del sol un día más tiene q ser un placer tan fuerte como el que te proporcionó el primer beso de aquel niño. Llega un momento en que los mortales se agarran como pueden a cada amanecer. Aquellos labios que sabian a fruta todavía un poco ácida serán sustituidos cada mañana por la nueva luz que llega hasta tu cama. Tal vez aspirar el perfume de una rosa con el tiempo sustituirá a aquel instante en que tu novio consintió en sentarse contigo por primera vez en la última fila del cine. Pudiste creer que no había en el mundo nada más excitante que aquel deseo en la oscuridad pero de pronto descubres que ahora lo cambiarias por una buena ensalada. Si se trata de vivir peligrosamente dime quién arriesga más, el joven escalando una pared del everest o el viejo sentado en un sillón de orejas; a cuál de los dos le ronda más cerca la muerte. Sin duda la muerte le sopla al viejo en la nuca su hálito de nieve forzándole a batir diariamente el recórd de vivir lo mas pegado posible a la eternidad.No hay deporte mas duro que esos últimos cien metros lisos. Cada edad tiene sus naipes que jugar, puesto que la vida no es sino una forma de ir sustituyendo unos placeres por otros, la carne de novio por la de novillo, el levantamiento de pesas por la lectura de unos versos de Eliot, sin que la gloria se quiebre. Entre todos los placeres tal vez uno muy grande sea ese de llegar a la suprema sabiduría de no entender ya nada de lo que pasa. Ese estado de gracia es otra forma de naturaleza. Frente a la estupidez humana, una sonrisa irónica;frente a la catástrofe planetaria, una leve mirada al cielo sin pedir explicaciones;frente a la injusticia o el crimen más execrable, el gesto impasible de la inocencia. Cada mañana la luz del sol establece en la ventana un asa donde agarrarse. Hoy mismo un adolescente acaba de descubrir por internet el primer sexo cibernético, un joven que practica el deporte de riesgo se ha tirado con un ala delta por un acantilado, un especulador en bolsa ha ganado cien millones en una hora, un señor maduro ha navegado en brazos de una nueva amante, una profesora se ha enamorado de su nuevo alumno, un viejo ha sentido el aroma de café al despertar y viendo el sol de primavera en la ventana se ha llevado la alegre sorpresa de no haber muerto. Nadie sabe cual de estos placeres es el más fuerte.

Cambios

Llevaban 10 años durmiendo cada uno en el mismo lado de la cama, cuando una noche, entre sueños, ella ocupó el sitio de él y él, el sitio de ella. Para los dos resultó una novedad enfretarse al cónyuge por un costado diferente al habitual. De hecho, el otro no parecía el cónyuge, sino un intruso que resultaba al mismo tiempo sorprendentemente familiar, como si se hubieran conocido en otra vida, o quizá en otro idioma. Esta madrugada hicieron el amor con una torpeza morfológica llena de hallazgos sintácticos, de manera que al levantarse decidieron extender el cambio a los otros ámbitos de la existencia. Así el comenzó a ponerse a la izquierda de ella en la mesa y a su derecha en el sofá. En el coche, que habitualmente conducía él, la mujer ocupó el lugar del conductor.
Este mínimo cambio geográfico modificó sus vidas, haciéndoles tomar conciencia de unos territorios corporales inéditos. Entre tanto, sus fantasmas, abandonados en los lugares primitivos, continuaron relacionándose con la rutina anterior. Mientras ellos se abrazaban, en fin, con la extrañeza de dos adúlteros, sus espíritus continuaban jugando al matrimonio, de modo que enseguida devinieron en cuatro individuos, dos reales y dos imaginarios. Iban juntos a todas partes, con las posiciones respectivas invertidas, como la imagen que devuelve el espejo. En los restaurantes, aunque sólo reservaban mesa para dos, se sentaban en realidad cuatro y se pasaban la cena discutiendo sobre las ventajas de la rutina frente a las de la novedad sin ponerse de acuerdo. Trascurrido el tiempo, regresaron por nostalgia a los lugares de siempre, encontrando sus huellas como las habian dejado. Enseguida, volvieron a ser dos, y a veces, cuando imaginaban la posibilidad de ser otra vez cuatro, sentían una enorme pereza.